He llegado al 3er piso, como dicen por ahí.
Este día lo espero desde hace
mucho, pues tenía una curiosidad antropológica, y quizá un poco mitificada
sobre lo que era llegar a los 30. Lo
primero que quería validar era aquello de “te dejó el tren”, “te está dejando
el tren”, “el tren pasa una sola vez en la vida”.
Hoy me paré temprano, fui a la
estación, me senté paciente, estaba sola en este lugar. A los pocos minutos me
embargó la duda, y empecé a preguntarme: ¿será que llegué tarde? Con razón
muchos me decían que el tren estaba por dejarme. ¡Lo perdí! ¿Y ahora qué hago?
¿Me voy a otra estación? Igual creo que esta estación debería tener algún tipo
de señalización; no es posible que no tengan horarios, programación o
información en Internet -ahí está mi cerebro lógico racional haciéndose cargo,
como siempre…
Algo dentro de mí, quizá mi lado
emocional, tenía el presentimiento de que no todo estaba perdido. Este me decía
que aguardara un poco más. A los poco segundos, al fondo se escuchaba una
locomotora ¡Gracias a Dios esperé! Una vez
más la duda se apoderó de mí: ¿Y si no se detiene? ¿No tengo ticket, me dejarán
subir? ¿Será ese mi tren? ¿Debo esperar algún otro?
¡Que nervios! Cada vez lo veo más
cerca. Lo que antes era una silueta ahora tiene forma y sentido. Pero otra vez
la duda ¿Y a dónde va ese tren? ¿Y si me subo y me lleva a donde no quiero ir?
¿Va al norte o al sur? Todos me dijeron que debía subir, pero… ¿Realmente
quiero subir? Está más cerca y aun no decido, que angustia, necesito más tiempo
para poder decidir. Acabo de recordar que no traje ropa extra, ¿Cuánto durará
este viaje? ¿Servirán comida? Debí traer algunos snacks.
¡Llegó! ¡Llegó! No me dejó, como
decían algunos. Un caballero muy elegante se baja y extiende su mano, me
saluda, sabe mi nombre y para mi sorpresa, es él quien tiene las preguntas:
- - ¿Srta. Díaz, esta vez desea conducir ir de
acompañante o pasajera?
Sin pensarlo dos veces respondo:-
¡Voy a conducir!- El hombre sonriente me habla:
- - Siempre elige conducir. Recuerde que de vez en
cuando puede elegir ser pasajera y disfrutar del paisaje.
Un momento ¿Cómo que siempre? ¿Ya
he estado aquí antes? El hombre amablemente responde:
-
- Usted y su memoria.
Enseguida le pido explicaciones. Amablemente
este hombre me explica:
- - Srta. Díaz, no parecen cosas suyas. Desde el día
uno de su cumpleaños número 18 le dimos la bienvenida al tren, desde siempre ha
decidido ser la conductora. De vez en cuando hace paradas para que sus seres
más preciados ingresen como copilotos. ¿Recuerda cuando compró su primer carro?
Ese día paramos en la estación de La Victoria, subió su padre se sentó a su
lado y junto a usted llegaron a la siguiente estación. El día que decidió
ampliar la cabina recuerdo claramente que buscamos a su madre, revisaron los
controles, y juntas validaron el nuevo asiento, desde entonces sube cada
tanto José Manuel, quien por cierto debería cortarse el cabello.
Ahí le pido se detenga y le exijo
que no intente subir de copiloto al tren de José sin previa autorización – Entrega
su disculpa apenado y continúa con el relato, yo, poco a poco, empiezo a
recordar, más que eso, logro atar cabos. Por lo que veo, el tren de siempre (el
que ya conozco) es el mismo del que hablaban algunas personas, sin embargo, ahora entiendo
menos, ¿Cómo me iba a dejar el tren si siempre he estado montada en él?
Pregunta obligada para mi acompañante, quien sonríe y me dice:
-
- ¡Estos 30
te tienen olvidadiza! Esas personas son las que hemos llamado: los eternos
pasajeros o los siempre transeúntes. Los primeros son aquellos que temen ir de
conductores, siempre eligen la cabina de pasajeros y a mitad del camino quieren
colarse en la cabina del copiloto del tren de alguien más.
¿Y los siempre transeúntes? Ríe
pícaramente y me comenta:
- - Esos son los que siempre están sentados en la
estación, pero no llegan a subirse en el tren.
¡Susto! ¿Entonces si existe la
posibilidad de que el tren deje a una persona? Menos mal, estuve a tiempo. Esta
vez ríe a carcajadas y responde:
- - No, no se suben porque no quieren, tienen el
tren al frente y el anfitrión abajo les extiende la mano una y otra vez. Aquí,
entre nosotros, los compadezco.
¿A los siempre transeúntes? Ahora
casi llora de la risa.
- - No, a los transeúntes no los compadezco porque
son ellos quienes toman la decisión, mi compasión es hacia los anfitriones que
tienen 20, 40, 50, 60 años abajo del tren con su mano extendida y su cara
sonriente. ¡Deben tener los brazos acalambrados! Con su mirada fija en el
transeúnte temeroso que no logra colocarse de pie, muchos logran dar algunos
pasos, pero al estar a centímetros de las escaleras se quedan petrificados, por cierto el tren no se moverá hasta tanto no lo ocupen, es por eso que nunca "te dejará el tren"…
Ahora lo recuerdo, poco a poco
voy entendiendo, vienen a mi mente las paradas que he hecho, cuando he
bajado la velocidad o cuando he tenido que acelerar, recuerdo no solo a los
copilotos, vienen a mi mente los invitados, aquellos que siempre traen consigo
algo que luego dejan en el tren, los técnicos en reparación, los decoradores,
los capacitadores e incluso los sanadores, quienes lo pintan con sus colores, e incluso los que deben bajar en la próxima estación porque mi tren no es el lugar donde deben estar.
Con razón este tren cada vez es
más largo. ¡Por fin lo entiendo todo!
Dedicado a todos los conductores de trenes, en especial a mis Ángeles y a las Smartgirls.
Agradecimientos a Mr. Rubén Kot y Doña Milagros Quintero. ¡Gracias por su revisión! No me maten por el tratamiento.
Agradecimientos a Mr. Rubén Kot y Doña Milagros Quintero. ¡Gracias por su revisión! No me maten por el tratamiento.
María Victoria. Hoy el día de mis 30.
